martes, 22 de mayo de 2012

La Historia del Coronel Florentín Oviedo.

HÉROE INSIGNE, HÉROE DE GUERRA. Florentín Oviedo nació cerca de la ciudad de Villarrica en el paraje denominado Tuyutí el 16 de octubre de 1840. Sus padres fueron Don Juan José Barrios y Doña María Antonia Oviedo. Se casó con Doña María Lucía Rodríguez con quien tuvo cinco hijos: María, Aurelia, Prudencia, Leongino y Magín. Sus nietos son Don José Fernando Oviedo, nacido el 27 de agosto de 1932 y Doña Alberta Oviedo Vda. De Mendoza. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal en donde pronto se reveló como un aprovechado y talentoso alumno. Informado de su clara inteligencia, el Presidente Carlos Antonio López, incluye su nombre entre los jóvenes que debían partir a Europa para completar sus estudios y su educación pero sus padres se opusieron a ese viaje y por eso no pudo aprovechar la beca que le brindó López. Entonces, Oviedo cedió a uno de sus compañeros, Juan Bautista Careaga, el más dilecto de sus amigos entre la pléyade de jóvenes que, a su vuelta a la Patria se distinguieron por los diversos conocimientos científicos que supieron adquirir. Cuando se vislumbraba la guerra, Florentín Oviedo se alistó como recluta en el Ejército a la edad de 24 años; presentándose en el Campamento Cerro León el 3 de febrero de 1864. Fue destinado al Batallón Nº 22. Ya en el Campamento, como demostró singular inteligencia y vivacidad, no tardó en convertirse en instructor de sus propios compañeros, que lo admiraban por su laboriosidad, dedicación ejemplar, compañerismo y férrea disciplina. Por ello llamó la atención de sus superiores que comenzaban a distinguirlo.
Su destaque militar y presencia en los campos de batalla. Al vislumbrarse su capacidad, fue ascendido a Cabo, y al estallar la guerra partió con su Batallón a Humaitá. Participó en la Campaña de Corrientes, y por su actuación descollante conquistó las jinetas de Sargento. Actúo en el memorable combate de Corrales (que fuera su bautismo de fuego) librado el 31 de enero de 1866. Por su denodado valor y su bravo comportamiento en esta acción formó parte de los 20 (veinte) galardonados con la Cruz de Corrales. El Coronel Arturo Bray al respecto dice en su libro “Hombres y Épocas del Paraguay”: El Coronel Florentín Oviedo es poseedor de la preciada Cruz de Corrales, la más rara condecoración de la Guerra, concedida sólo a 20 oficiales.
Sobre este Combate de Corrales, dice el Boletín del Ejército de fecha 3 de febrero de 1866, que redactara el poeta guaireño, Natalicio Talavera al anotar los nombres de los que intervinieron en la acción: ¡He aquí los únicos hombres que han recogido la historia! Guerrero extraordinarios de gigantesca talla, sólo ellos se han destacado sobre el pelotón heroico que realizó aquella hazaña de leyenda, sin paralelo que parece una página arrancada a la epopeya griega. ¡Los caídos merecieron un recuerdo del Supremo Dignatario Paraguayo, el cual decretó la erección de un monumento destinado a guardar los restos de los Héroes y a honrar perdurablemente su memoria! Florentín Oviedo va a actuar nuevamente en la gran Batalla de Tuyutí el 24 de mayo de 1866 , a las órdenes del Capitán Santiago Florentín en el Batallón 22, quien atacando el centro de las posiciones aliadas llegó con su unidad al pie de los cañones del enemigo con su impetuosa carga y recibió una grave herida. Fue uno de los pocos bravos que sobrevivió en aquella memorable acción, porque la mayor parte de su Batallón fue aniquilado. En esta ocasión obtuvo su ascenso a Alférez.
Florentín Oviedo fue trasladado al Batallón 12. Revistando en dicho Batallón y con el flamante grado de Alférez intervino los días 16, 17 y 18 de julio de 1866 en la célebre Batalla de Sauce – Boquerón. El último día de esos sangrientos y encarnizados combates, recibió dos graves heridas en el pecho, por su temerario arrojo sin par. Allí fue recogido del campo de batalla por el General José E. Díaz, ese valiente jefe que lo admiraba y le tenía un profundo y singular afecto. El General Díaz lo llevó al Hospital de Sangre de Humaitá, donde fue atendido con verdadera solicitud. Repuesto de sus heridas, fue designado para ocupar un nuevo puesto de combate en el Batallón 3, y destacándose en la acción de Paso Rojas, y el 3 de noviembre de 1867 participó en el asalto e incendio del campamento aliado de Tuyutí. El Alférez Oviedo actuó frente de una compañía del citado Batallón, comandada por el Mayor Manuel Antonio Giménez, a quien la historia lo recuerda como el famoso “Cala’a”. Este jefe y Florentín Oviedo, fueron los primeros, aquella madrugada, quienes con inusitado valor asaltaron las posiciones enemigas. En esta acción, el Alférez Oviedo, se condujo como un auténtico héroe apoderándose personalmente de un famoso “fiu rayado”, un cañón “Withworth”. Esta valiosa pieza de artillería cuando era conducida hacia las líneas paraguayas quedó empantanada en un estero, hasta que fue recuperada por el General José María Bruguéz, quien personalmente se la presentó al Mariscal López. En este asalto, Oviedo, así como fue el primero en entrar en acción, también fue el último en retirarse. Allí fue, cuando abriéndose paso con su espada entre las filas aliadas, recibió un balazo en la cabeza que lo derribara. Fue en esta emergencia que quedó empantanado el cañón. Fue recogido a punto de morir y conducido a Espinillo, donde quedó varios días inconsciente, salvándose gracias a su vigor y juventud, que estaban demostrando poder superar enfermedades, heridas y los otros avatares inciertos de la guerra. El Coronel Luis González, en el parte elevado al Mariscal López, luego de terminada la acción, hizo un elogio al Alférez Oviedo. Fue en esta ocasión cuando el Mariscal López manifestó que tenía deseos de verlo en persona en su Cuartel General, tan pronto estuviese restablecido de sus heridas, porque quería entregarle personalmente el premio que merecía su valiente y heroico comportamiento. Restablecido, se presentó al Cuartel General, siendo recibido por el Mariscal López, quien se encontraba en compañía del Obispo Palacios. Según el historiador Juan E. O’leary, el recibimiento se desarrolló de esta forma: “Fue recibido cariñosamente por ambos, por el Jefe Supremo del Ejército y por el Jefe de la Iglesia: Alférez –le dijo el Mariscal, indicándole la huella de la última herida-, los negros por lo visto, lo han “tonsurado” sin el permiso del Señor Obispo y sin consultar su voluntad. Interponga Ud., los reclamos del caso”. Siguiendo la broma, aunque respetuosamente, se dirigió Oviedo al Obispo Palacios, formulándole la “reclamación” sugerida por el Mariscal y pidiéndole que intercediera para que le permitiese ir en la primera ocasión que se presentara, a tomar venganza por sus propias manos. Un homenaje único, para un hombre único: Doble Condecoración a un Soldado en Campaña. En dicha ocasión se le rindió a Oviedo un homenaje especial, de tal característica que nunca antes recibiera otro héroe en la Guerra contra la Triple Alianza: El Mariscal López luego de destacar los méritos del héroe, frente a los numerosos jefes y oficiales asistentes al acto, prendió en el pecho de Oviedo la Medalla de Tuyutí, entregándole al mismo tiempo el despacho de su ascenso al grado de Teniente Segundo. Pero una vez que Florentín Oviedo hubo prestado el juramento de ley, inmediatamente pasó a otorgarle la Estrella de Caballero de la Orden Nacional del Mérito, y le entregó, además, su despacho de Teniente Primero. Seguidamente el héroe, honrado con dos condecoraciones y dos ascensos, repitió el juramento de práctica, esta vez por el nuevo rango que le otorgara el Mariscal: el de Comandante del Batallón 27. Caso único y excepcional en el curso de la Guerra contra la Triple Alianza fue el protagonizado por el héroe guaireño: en un mismo día, dos ascensos, dos juramentos y dos condecoraciones impuestas por el Mariscal a un combatiente. Honor tan singular fue el más alto galardón alcanzado por un paraguayo en la colosal contienda de la Guerra Grande. Ya Comandante del Batallón 27, Oviedo pasó a Humaitá, en Enero de 1868 para ponerse a las órdenes del Jefe de la Plaza, el Coronel Paulino Alén. Allí quedó inactivo por varios meses en el lugar denominado “Amborocué”, en la impaciente espera de entrar nuevamente en acción.
El 19 de febrero de 1868 la escuadra imperial forzó el paso de Humaitá . Este éxito del enemigo determinó que nuestros soldados abandonaran el denominado "cuadrilátero". El 2 de mayo, López dejó su Cuartel General de Paso Pucú para dirigirse a San Fernando, pues había resuelto defender la línea del Tebicuary. Lo siguió todo el Ejército Patrio, siguiendo la ruta estratégica elegida por el Mariscal: Cruzar el Río Paraguay, desplazarse por el Chaco, para luego cruzar nuevamente el río y desplazarse hasta San Fernando. La escuadra imperial advirtió tardíamente el movimiento de los paraguayos. Entonces el Marqués de Caxías ordenó la ocupación de una franja de tierra que avanza hacia el fondo de la bahía de Humaitá, para tratar de impedir así la comunicación con el reducto de Timbó, defendido por el Coronel Bernardino Caballero. Para esos efectos, una columna brasileña debía operar por el Este y una argentina por el Oeste, tratando de unirse en un determinado punto. En los hechos de guerra para contrarrestar esta acción del enemigo, nuevamente va a sobresalir el Teniente Primero Oviedo. Fue en la denominada batalla de Yuasy’y, librada el 2 de mayo de 1868. Este encuentro heroico fue uno de los tantos que sostuvieron los que quedaron en la retaguardia para defender la fortaleza de Humaitá. Las acciones de Yuasy’y fueron descriptas así: “Los aliados estrecharon más aún el cerco en torno a Humaitá, el ejército brasileño extendió sus líneas desde el Reducto Cierva hasta Espinillo; y de allí hasta Paso Pucú se desplazaron los argentinos. En la sitiada plaza no faltaban provisiones: había depósitos de maíz, almidón, tasajo, etc. Y por el Chaco se recibían las provisiones de carne”. Los aliados, como se dijo anteriormente, se enteraron de que entre Timbó y Humaitá existía una actívisima comunicación que decidieron cortar. Para esta operación el Marqués de Caxías ordenó que el General argentino Ignacio Rivas, con 2.000 hombres saliera de Curupayty y desembarcase en el Chaco, al norte del Riacho de Oro y que tratara de abrir una picada para unirse a la columna brasileña que realizaba igual maniobra por el lado opuesto avanzando hacia Humaitá. Pero al Marqués de Caxías no le resultó fácil concretar esta operación, contrariamente a lo que imaginaba, por desconocer lo impenetrable de nuestras selvas y por el valor demostrado por nuestros soldados.
La Batalla de Yuasy’y. El Ascenso a Capitán. En la mañana del 2 de mayo de 1868 comenzó la estudiada y meditada operación: el Coronel brasileño Regis Barros Falcao, con los batallones 1,3, 7 y 16, más cuatro cañones, desembarcó en Yuasy’y, en donde se hallaba el Mayor Santiago Florentín comandando el Batallón 7. Después de un largo y recio tiroteo, nuestras tropas se retiraron, visto lo cual, los brasileños avanzaron resueltamente, de acuerdo con lo ordenado por Caxías, y en busca de la columna del General Rivas, que a esa precisa hora también realizaba su desembarco. El Capitán Zoilo González se encontraba a esa hora conversando con sus subordinados en la Oficina Telegráfica del Chaco, frente a Humaitá, cuando recibió la noticia del desembarco aliado: escogió 100 hombres de los mejores de su tropa, marchando con ellos a proteger al Batallón 7, al cual encontró en plena retirada. El Capitán González, viendo el buen humor de sus soldados, los arengó diciéndoles: “E’a muchachos, yo he venido para pelear y vencer al enemigo; aquí no hay otra que hacer que llevarle una carga victoriosa a bayoneta y sable”. Estas palabras del Capitán fueron recibidas con vivo entusiasmo, y así, henchidos de patriotismo, se lanzaron al ataque cuando vieron aparecer al enemigo. La cantidad de efectivos desplegada por los aliados, hacían imposible contenerlos, por eso, antes que huir, los nuestros optaron por retroceder ordenadamente, buscando un lugar apropiado para resistir. Para ello improvisaron una trinchera construyéndola rápidamente. El Coronel Paulino Alén, jefe de la Plaza de Humaitá, informado de que nuestra tropa se hallaba en esas condiciones, envió como refuerzo al Comandante Vicente Orzuza con el Batallón 27, comandado por el Teniente Primero Oviedo En esa maniobra se abandonaron en el trayecto dos cañones por falta de medios de movilidad, los que cayeron en poder de la “Legión Primera de Voluntarios”, que constituía la vanguardia de la columna del General Rivas. Con la noticia de que dichas piezas de artillería se encontraban en poder de los aliados, el Comandante Orzuza llamó a una Junta a todos los Jefes, y dirigiéndose al Capitán Zoilo González, le dijo: “Aunque Ud., es de menor graduación, es sin embargo el oficial más fogueado entre todos nosotros; pues ha tenido ocasión de tomar parte en muchos combates. Por esta razón, me dirijo primero a Ud. a fin de saber su parecer respecto a la combinación o plan que cabe poner en práctica en la presente emergencia”. El Capitán González sin vacilar contestó que opinaba que “sin más trámites, debían ser recuperadas las dos piezas tomadas por el enemigo, o morir todos en el empeño si no fuere posible lograrlo”. Su plan era seguir él con la caballería a pie, retrocediendo por el camino de la costa hasta encontrarse con el enemigo, y a la vez internar el Batallón 27 en el monte por una picada más oculta al Sur, paralela al camino principal, con el objeto de llamar la atención por su lado izquierdo con un nutrido fuego graneado en cuanto se hubiese iniciado el combate de frente con las tropas del Capitán González. El Comandante Orzuza aceptó sin reparos el plan, y entonces el Capitán González dispuso llevar su tropa formada de ocho en fondo; en la vanguardia iban los tiradores, y más atrás, los lanceros. La famosa Legión Primera de Voluntarios Argentinos fue totalmente arrollada en el encuentro, generándose una verdadera carnicería, por las tropas del Capitán González, que supieron comportarse como leones, recuperando los dos cañones en cumplimiento de su fiel compromiso. La Legión fue disuelta por el Comando Aliado. Y, por su pésimo desempeño, los oficiales fueron remitidos presos a Buenos Aires y dados de baja inmediatamente. A la mañana del día siguiente, recién pudo el General Rivas incorporarse a los brasileños, que estaban empeñados en levantar un reducto de resistencia en Andaí, un poco más debajo de Yuasy’y. Los paraguayos se dirigieron a Timbó, donde se encontraron con el Coronel Bernardino Caballero, quien acababa de cerciorarse de lo ocurrido. El enemigo, en tanto, le seguía en su retirada, con refuerzos y dos piezas de artillería de campaña, pero el Tte. Primero Oviedo, con su batallón 27 ya estaba en camino y con un ¡Viva la Patria!, salió al frente, al tiempo que ordenaba una descarga sobre el enemigo, que fue más que suficiente para obligarle a emprender una desordenada y precipitada fuga. El Coronel Bernardino Caballero ordenó al Mayor Antonio Barrios que marchase con toda la tropa y que, llevando como segundo al Capitán Zoilo González, hiciese practicar un reconocimiento de la posición de Andaí. Nuestros soldados llegaron hasta muy cerca de las posiciones aliadas, regresando luego de cerciorarse de las obras de defensa que, luego del revés que sufrieran, acababan de construir en ese lugar. En esta batalla de Yuasy’y, el Tte. Primero Florentín Oviedo sobresalió por su arrojo, lo que le valió su ascenso al grado de Capitán.
La Actuación del Capitán Oviedo en Ayacuasá. Ascenso a Sargento Mayor. El 18 de julio de 1868, los paraguayos de Timbó no dejaban de hostigar a los aliados acampados en Andaí. Desde hacía dos días los bombardeaban en forma reiterada. Esos tiros de hostigamiento eran muy certeros y eficaces. Allí surgió la idea de establecer un reducto equidistante entre Timbó y Andaí, para poder hostilizar mejor al enemigo. Este nuevo reducto fue bautizado con el nombre de Reducto Corá con una guarnición que disponía de dos piezas de artillería de 32 y que estaba compueta de un batallón de infantería, 200 hombres de caballería a pie conocidos como los “Acá Morotí” por los sombreros piri que utilizaban. Preparadas nuestras tropas, el Coronel Bernardino Caballero concibió la idea de hacer caer a las guerrillas argentinas en una celada, para lo cual ordenó que el Capitán Melitón Taboada, al frente de los Acá Morotí y 2 compañías de Infantería, se ocultasen a la vera del camino por donde acostumbraban aparecer los enemigos. El plan consistía en que nuestra avanzada debía salirles al encuentro, tirotearse con ellos y procurar arrastrarlos hasta el reducto, para recibir allí el fuego de las tropas del Capitán Taboada, que además los atacaría a cuchillo por la retaguardia. Amanecía el 18 de julio y todo se hallaba dispuesto para el cumplimiento del bien meditado plan, pero grande fue el asombro que causó a nuestras tropas ver que, aquellos que se aproximaban, no eran las acostumbradas guerrillas, sino una numerosa columna dispuesta para un inminente ataque. Lo que había pasado es que aquella mañana, el General Rivas había decidido hacer un serio reconocimiento de nuestras posiciones, y ordenó el cumplimiento de la orden al Coronel argentino Miguel F. Martínez de Hoz
, quien con su Batallón “Riojano” y los brasileños de los batallones 3º y 8º, y llevando como segundo al Comandante Gaspar Campos, marchasen para el reconocimiento dispuesto. De acuerdo con lo previsto, nuestra avanzada salió al encuentro. La tropa enemiga tenía esta disposición: Como vanguardia iba el Batallón Riojano, y un poco detrás, las fuerzas imperiales; nuestra tropa iba retrocediendo cumpliéndose el plan de atraerlos hacia el reducto; los aliados entusiasmados, iban acercándose cada vez más y más. En aquel momento nuestra avanzada se hizo de lado, y los aliados recibieron entonces el terrible fuego de nuestra artillería. Los brasileños se dieron a una total desbandada, en tanto que el Batallón Riojano quedó envuelto y fue exterminado por las tropas del Capitán Taboada. El Comandante Gaspar Campos fue hecho prisionero por el valeroso Capitán Oviedo, quien lo capturó personalmente y lo entregó al cabo José María Godoy, quien lo condujo a Timbó. Este prisionero falleció posteriormente en Itá Ybaté, víctima de disentería. Es de justicia mencionar la patriótica actitud de Campos antes de caer prisionero: en el momento en que el abanderado argentino era muerto por uno de nuestros soldados, el Comandante se apoderó de la enseña argentina, corrió con ella hasta la costa del riacho y la arrojó al agua para no caer en manos de nuestros soldados . El Coronel Martínez de Hoz murió en esta acción, y el Capitán Florentín Oviedo, que demostró el valor de siempre, recibió una herida de bala en una pierna, herida que lo mantuvo inmóvil por muy poco tiempo. Como testimonio de la acción de Ayacuasá, el Mariscal López acordó por Decreto del 24 de Julio de 1868, dado en el Cuartel General de San Fernando, la cruz conmemorativa Cruz de Malta, de ocho puntas con la inscripción en el anverso: “A la decisión y bravura”, y en el reverso: “Ayacuasá, 18 de VII de 1868”. El Capitán Florentín Oviedo mereció esta valiosa condecoración y su ascenso al grado de Sargento Mayor, el Coronel Bernardino Caballero recibió su ascenso al grado de General de Brigada.
Su Ascenso a Mayor del Ejército. Batallas de Ytororó , Avaí e Itá Ybaté.
Estando Oviedo en San Fernando, con su herida no curada aun, se puso al frente del Batallón 22, emprendiendo la retirada hacia Pikysyry para la organización de la nueva resistencia, y así lo encontramos con el flamante grado de Mayor en la Batalla de Ytororó, llamada por los brasileros la Dezembrada, que en síntesis, se desarrolló de la siguiente forma: Convencido el Mariscal López de que los aliados se encaminarían por Ytororó, ordenó al General Caballero que les presentase batalla en el desfiladero del citado arroyo. Siendo las ocho de la noche, dejó Caballero el Cuartel General y marchó al frente de los batallones 3, 22, 23, 37 y 40, comandados por los jefes: Comandante José Duarte, Mayores: Florentín Oviedo, Juan J. Cárdenas, y Capitanes: Antonio Vargas, José María Moreno y Pedro López respectivamente. Cinco regimientos: el 3, 6, 9, 12 y 19 comandados por el Mayor Carmelo Gómez, Capitanes: Anselmo Cañete, Pablo Aguilar, Zoilo González y Manuel Espinoza respectivamente. Seis piezas de artillería al mando del Mayor Ángel Moreno y llevando como segundo al Comandante Valois Rivarola. Totalizaban 4.100 paraguayos contra 12.000 hombres que componían las fuerzas imperiales. La batalla se libro el 6 de diciembre de 1866. El 11 de diciembre actúa el Mayor Florentín Oviedo en la sangrienta batalla de Avay. El frente del Batallón 21, al finalizar la acción escapó en retirada y se unió al General Caballero. El Batallón de Oviedo fue el único que se salvó de este desastre. López, tardíamente envió a la reserva compuesta por los batallones 12 (del comandante Viveros), 6 (del comandante Luján), 7 (del comandante Insfrán) y 20 (del comandante Aspillaga) todos al mando del segundo del cuerpo, mayor Patricio Escobar. Sobre la marcha se le incorporó en retirada el batallón 21 (comandante Florentín Oviedo), única unidad que sobrevivió a la acción de Avay, y al conocer la derrota, Escobar dio parte y recibió la orden de replegarse. Las consecuencias de la derrota fueron desastrosas para López quien perdía en una sola acción casi la tercera parte de sus fuerzas de la línea del Pikysyry, enfrentaba un cerco seguro y cedía al ejército brasilero con la posesión de Villeta una base de operaciones segura y de enlace con la escuadra. El ejército imperial se ensañó en su crueldad con los prisioneros. Las mujeres paraguayas indefensas sufrieron los vejámenes, los ultrajes y el sadismo del enemigo en aquella lúgubre noche, que recuerda la historia con pena y dolor. En un debate que poco después tendría lugar en el senado brasileño, un congresista coincidiría en que no era una victoria para enorgullecerse: «Foi uma Victoria assignalada não ha questão infelizmente não pôde ensoberbecer soldados tão valentes como são os nossos, a officiaes tão distínctos como os officiaes brasileiros, porque estavam sem campo raso, tínhamos alguns 4,000 homens da cavallaría de Río Grande, éramos um exercito de 20,000 homens contra 5,000 paraguaios, que foram esmagados." Senado de Brasil, Annaes do Senado Brazileiro, 1869. Del 21 al 28 de diciembre del mismo año, Oviedo participó en la homérica batalla de los siete días de Itá Ybaté o Lomas Valentinas, donde peleó con singular bravura, recibiendo una herida que le destrozó el maxilar inferior, el proyectil le atravesó el cuello y quedó incrustado en la nuca. Peleó hasta el final, viendo caer a sus últimos soldados, que lucharon como titanes. Fue encontrado moribundo en el campo, siendo enviado al Campamento de Cerro León, donde fue visitado por López, quien dio la orden de que una vez que se repusiera de su herida, reorganizase el desaparecido Batallón 22. Cumpliendo con lo ordenado por el Mariscal, fue nombrado jefe de la Tercera División del nuevo ejército reorganizado en aquel viejo Campamento, donde llegaron por segunda vez los que habían sobrevivido a la Campaña del Sur. Allí hacia cinco años que el recluta Oviedo había sentado plaza como soldado. Sobre esta batalla se expresó el ministro americano Mc Mahon: "Seis mil heridos, hombres y chiquillos, llegaron a ese campo de batalla el 21 de diciembre y lucharon como ningún otro pueblo ha luchado jamás por preservar a su país de la invasión y la conquista...otros han fugado (hacia su propio ejército) de las pocilgas que utilizaban los invasores como prisión,...el cuartel Paraguayo comenzó a llenarse de heridos incapacitados positivamente para seguir la lucha. Niños de tiernos años arrastrándose, las piernas desechas a pedazos con horribles heridas de balas. No lloraban ni gemían, ni imploraban auxilios médicos. Cuando sentían el contacto de la mano misericordiosa de la muerte, se echaban al suelo para morir en silencio". Tras Lomas Valentinas, "El ejército paraguayo quedó liquidado; al mariscal López lo rodeaban apenas cien sobrevivientes (de 9000 soldados que habían luchado contra 25000 brasileños). Pero este puñado quedó dueño de la situación y las fuerzas brasileñas se sintieron alcanzadas por una colosal derrota". Según el historiador paraguayo Juan E. O'Leary: "En esta batalla debió terminar la guerra. Un regimiento de caballería hubiera bastado para rodear a aquellos curiosos vencedores. Pero si no teníamos más que 90 hombres sanos, aún nos quedaba una fuerza moral tan grande que ante el sólo recuerdo de lo que habíamos sido, el enemigo se sentía abrumado y miraba con terror esas lomas pobladas de muertos". La batalla del 8 de junio de 1869, la batalla de Diarte, constituye el último triunfo de las armas paraguayas en la contienda. A la vuelta del heroico comportamiento del Mayor Oviedo, fue ascendido al grado de Teniente Coronel, con su pequeña división acampó en Curuzu Cerro. Sobrevino después el asalto enemigo a la plaza de Piribebuy. Luego del choque sangriento, en la retirada, Oviedo cubría la retaguardia del General Caballero desde el amanecer hasta las últimas horas de la tarde del 12 de Agosto de 1869.

Acosta Ñú. Su última actuación guerrera en la Triple Alianza. Después de la heroica resistencia y caída de Piribebuy, el mariscal López dio orden de evacuar el Campamento de Azcurra y emprender la retirada hacia el norte. La marcha se inició el 13 de agosto, a las cinco de la tarde. La conducción del parque, de la carretería y comisaría estaba a cargo del General Bernardino Caballero. Se improvisó un ejército compuesto por su mayoría de niños de 12 a 15 años de edad, dirigidos por el Tte. Cnel. Oviedo, Cnel. Pedro A. Moreno y el Tte. Coronel Bernardo Franco. La marcha de la columna era lenta a causa de que los bueyes estaban flacos y apenas podían arrastrar a las pesadas carretas. El 16 de agosto, al clarear el día, y luego de haber pasado los cerros de Caacupé, los niños fueron alcanzados por el grueso del ejército aliado en el paraje denominado Acosta Ñú, Barrero Grande. El ejército aliado, compuesto de 20.000 hombres y apoyado por 43 bocas de fuego, más la 3º División de la Infantería Brasileña, estaba comandada por 5 Generales: la 1º División a las órdenes del Cnel. Herculano Sancho Da Silva Pedra; la 2º Brigada con los batallones 2, 3 7; la 6º Brigada del batallón 1, 8 y 46 y la 3º con los batallones 10, 16 y 27 con sus respectivos comandantes: Cnel. Valporto, Francisco Laureano y Manuel Deodoro da Fonseca. Contra este ejército numeroso y bien organizado, comenzó la lucha de los niños; al decir del historiador Efraín Cardozo: una de las batallas más estupendas de la Guerra contra la Triple Alianza. Dice sobre la batalla el Coronel Juan Crisóstomo Centurión: “El General Bernardino Caballero, perseguido muy de cerca, abandonando su caballo que se resistía a bajar la zanja, vadeó a pie el arroyó Yuquyry, y ganó, exhausto del cansancio, la espesura del monte, acompañado de dos o tres asistentes, cumpliendo así con el encargo del Mariscal, que le había recomendado encarecidamente que no se dejara tomar prisionero”. El Tte. Coronel Florentín Oviedo que comandaba 36 oficiales y 1.186 soldados, había caído prisionero después de una resistencia tenaz. Montado en un corcel dirigía la batalla, y en medio de la terrible lucha, fue herido su caballo en la cabeza, prácticamente decapitado, se encabritó y cayó en las aguas del arroyo Pirity, afluente del Río Piribebuy, contribuyendo con su sangre el noble animal a colorea de púrpura las aguas del ya legendario arroyo, para mezclarse con la sagrada sangre de los niños héroes que perecieron. Dice el historiador O’Leary: Su caballo, enloquecido por el colosal estruendo de la batalla, se encabrita y, dando tremendos saltos sobre aquel suelo cubierto de cadáveres, se dirige al arroyo a la carrera. Pero apenas ha andado 50 metros, cuando una bala de cañón le lleva la cabeza (…) Oviedo, en aquel fugaz segundo, oye a su espalda la gritería salvaje de los lanceros imperiales. Y la visión de la muerte cruza ante sus ojos. Más el noble bruto decapitado prosigue su fantástica marcha y va a precipitarse en el profundo cauce del arroyo, en cuyas aguas sangrientas se hunde con su jinete (…) Y así me salvé aquel día –expresa por su parte el héroe- cuando la batalla terminaba con el total exterminio de nuestra gente. No me había llegado la última hora. Tenía que sobrevivir a mis compañeros de infortunio, para arrastrar hasta hoy el dolor de mi orfandad y el peso de mis recuerdos. Las fuerzas imperiales rindieron homenaje a su valor. Respetaron su vida y le permitieron portar su espada manchada de sangre en homéricas batallas. En esta su última acción guerrera, y ya prisionero de guerra, el Teniente Coronel Florentín Oviedo se distinguió por la altiva y valiente contestación que dio al General Da Silva Pedra, cuando éste le hizo comparecer ante sí para tomarle declaración; entre otras cosas, le formuló la siguiente pregunta: ¿Cuál era el total del Ejército que había combatido a las órdenes de Caballero? Oviedo, sereno como en los campos de batalla respondió dignamente: No lo sé, señor. Pero si Usted quiere cerciorarse de la verdad puede ir al campo de batalla a contar los cadáveres de los paraguayo y agregar el número que resulte, el de los prisioneros que están presentes, y tendrá el total. Escuchada esta respuesta, el General Pedra abrió tamaños ojos y clavando una mirada de sorpresa en su interlocutor, guardó profundo silencio. Sin duda alguna, no le causó mala impresión la contestación de Oviedo, porque seguidamente ordenó darle una capa de paño oficial para cubrirse. Era Agosto, hacía frío y nuestro luchador estaba con uniforme roto, hecho jirones en las cruentas luchas sin descanso. Oviedo, prisionero de guerra, es llevado a Río de Janeiro. Terminado el combate y apagado el fuego del campo, los brasileños capturaban a los prisioneros paraguayos. Oviedo para defenderse del fuego, en primer lugar y luego buscando forma de escapar del enemigo se echó a una zanja seca no muy profunda y allí le encontró el grupo de soldados en número de 12 armados de lanza intimándole rendición a los gritos de “RÍNDASE COMANDANTE”, y como Oviedo guardaba silencio repitieron tres veces las mismas palabras hasta que por fin Oviedo dijo: “Pase su lanza entonces para poder salir”. Los soldados le pasaron sus lanzas y prendiéndose por ellas salió Oviedo de la zanja con la cara y la ropa sucia, renegrida por la ceniza producida por el incendio del campo, sin pronunciar la palabra me rindo. De ahí fue conducido al lugar de concentración de prisioneros, donde momentos después llegaron varios jefes y oficiales brasileños a caballo y al galope, casi todos luciendo sus condecoraciones. Uno de los jefes se adelantó hasta acercarse al grupo por el Comandante Oviedo, contestando a ello Oviedo: A su Orden. El jefe que había preguntado por Oviedo habló en portugués: Eu sou o Conde D'Eu. Eu e minha equipe estamos à sua disposição do comandante Oviedo. Oviedo dió las gracias con su acostumbrado desprecio al enemigo diciendo: Gracias, nada necesito. En ese mismo instante vio a lo lejos que su hermano Marcelino, prisionero también iba en anca del caballo de un soldado brasileño y allí entonces aprovechó el ofrecimiento del Conde y le dijo: Allá va mi hermano Marcelino en anca de aquel macaco. Quiero que me traiga acá, tengo que llevar conmigo al Brasil. El conde seguidamente ordenó a un oficial de su Estado Mayor para que fuera a buscarlo y lo mismo hizo el Conde, hasta que rato después viene de regreso acompañado de Marcelino quien es entregado al Comandante Oviedo, quien se expresó al Conde con palabras de gratitud. El conde volvió a repetir su ofrecimiento a lo que el Comandante Oviedo se concretó a decir: Gracias Conde, ahora ya no necesito más nada, y el Conde se retiró seguido de su Estado Mayor. Ya en calidad de prisionero de guerra, fue conducido a Río de Janeiro, donde pasó un año y seis meses de cautiverio, y allí en su encierro, en el Cuartel Picadero, en varias ocasiones sublevó a sus compañeros prisioneros como protesta por los malos tratos a los que eran sometidos. Llamado por el Comandante al prisionero por su actitud, Oviedo protestó en forma airada, aduciendo que tal conducta no era la humana que debe guardarse a los prisioneros de guerra, que deben ser considerados sagrados. Desde entonces, fue tenido como una reliquia viviente, admirada y venerada por los mismos brasileños, que lo respetaban hasta lo temían. Eran 57 paraguayos que habían sido puestos al mando de Oviedo, a quien le correspondió el mando por mayor jerarquía. El portal de entrada estaba bajo la custodia de soldados brasileños al mando de un oficial y tenía la consigna de no pasar al patio del cuartel sin previo permiso del Tte. Cnel. Oviedo pero también ninguno de los oficiales prisioneros ni el mismo Comandante podían salir del cuartel sin permiso del Oficial de Guardia. Oviedo gozaba de la simpatía de altas autoridades brasileñas y de toda la Corte Imperial. Recibía a menudo tarjetas de invitación, y coche en la puerta, de Condes, Duques y Marqueses como Caballeros de la Nobleza para asistir a alguna reunión, función teatral o baile.
Un enemigo noble. El General argentino Ignacio Rivas.
Cuenta Oviedo, no recuerda bien si fue en Avay no Timbó, que viéndose las fuerzas enemigas imposibilitadas a vencer a los paraguayos por más que éstos eran inferiores en número, pidieron refuerzo y fue llegando el General Ignacio Rivas con numerosa tropa. Oviedo con su acostumbrado arrojo y audacia y en el deseo siempre de correr al enemigo se echó tras el General Rivas que montaba un caballo bayo encerado alto. Viéndose el General así perseguido echó a correr también pero fue alcanzado por Oviedo, el que queriendo apoderarse de él sin herirlo o matarlo, tres veces arañó la espalda del General sin poder prenderse de la blusa, entonces resolvió estirar la cola del caballo pero como su fuerza no era bastante para sujetarlo se escapó de sus manos alejándose rápidamente. Así fue para que el General Rivas no haya caído prisionero o haya sido herido o muerto en esa ocasión. “También porque no tenía que caer nomás en mi poder aquel hombre –dijo Oviedo- pues no tuve la oportuna idea de descarretar el caballo, que caído aquel, yo hubiese sido dueño del jinete”. Después cuando el Tte. Cnel. Oviedo cayó prisionero en Acosta Ñú, el General Rivas se presentó en el campamento de concentración y preguntó por el Comandante Oviedo, indicándosele la persona. El General Rivas se acercó a él y le saludó diciéndole: “Buenas Tardes Comandante Oviedo” a cuyo saludo contestó Oviedo. El General quedó en silencio observándolo de pie a cabeza, después de haber estado un rato así, metió la mano en el bolsillo del chaleco y sacó dos rollitos que pasó a Oviedo diciéndole: “Sírvase Comandante”. Oviedo recibió aquellos dos paquetitos ignorando el contenido, hasta que después de haber abierto encontró con gran sorpresa que cada rollito, como decía él, contenía veinte libras esterlinas. Aquella caballerosidad y desprendimiento que usó el General Rivas sorprendió a Oviedo quien atribuyó el hecho de que en otra ocasión pudo haberlo herido o matado no lo hizo y que el haberle estado observando era nada más que para conocer bien de cerca al Comandante o a la persona que le hizo pasar un momento de apuro.
Oviedo es llamado por el Emperador Pedro II.
Un día el General Gurdell, ayudante general de Campo del Emperador Don Pedro II (Pedro de Alcântara João Carlos Leopoldo Salvador Bibiano Francisco Xavier de Paula Leocádio Miguel Gabriel Rafael Gonzaga), se presentó en el Cuartel Picadero. Un soldado con un caballo alazán de tiro y ensillado le seguía. Hace avistar al Comandante Oviedo que viene del Palacio de San Cristóbal comisionado por S.M. El Emperador para entrevistarse con él. Oviedo aceptó la invitación y rato después ambos montaron a caballo y partieron sin prisa, a paso de caballo, pero andando el General pregunto a Oviedo si sabía galopar, a lo que contestó: “Un poquitinho”. Entonces el General le invita a galopar y aceptado que fue, al dar la voz de “vamos” Oviedo arranca, rajando con las espuelas al caballo. El caballo de raza con rienda suelta da un gran salto y luego al estirarle la rienda comenzó a pararse por las patas y a corcovear después, saltando de un lado para otro durante el galope, hasta que uno de esos saltos, Oviedo enderezó su caballo hacia el General y parecía que ya le iba a alcanzar con las manos al furioso animal cuando el General se vio obligado a apresurar más a su montado con el fin de no ser aplastado allí. El momento era emocionante y el General encontró prudente pedir a Oviedo que marchasen nuevamente despacio sin galopar, y muy admirado le dijo a Oviedo “El Comandante había sabido montar a caballo” y Oviedo contestóle otra vez: “Un poquitinho”. Ya junto al Emperador, éste se desocupa y se dirige a Oviedo y le dice: “¿Verdad es el Comandante Oviedo?”, “A su orden S.M. le contestó”, y siguió este diálogo: - ¿Verdad estuvo en la guerra desde el principio? - Participé desde el comienzo Majestad. - ¿Verdad ha combatido en tal parte? - Es cierto Majestad. - ¿Es cierto que allí estaban los brasileros en número de tanto y que los paraguayos en número de 350? - Es cierto, Majestad. - ¿Y allí triunfaron los paraguayos habiendo derrotado a los brasileros? - Es cierto, Majestad. Y así siguió haciendo preguntas sobre varias acciones de guerra donde han tomado parte las tropas brasileñas hasta que el Emperador le dijo: ¿Pero verdad Comandante, no me miente? ¿Será posible creer que los brasileros sean tan cobardes y que saben huir? Oviedo contestó: No tiene necesidad de hacerme más preguntas ni averiguaciones. El Emperador guardó silencio, pero quedó mirándole un instante, hasta que le hizo la siguiente proposición: “Comandante Oviedo, el gobierno le dará facilidades para seguir su carrera militar, le dará dos grados más, recurso suficiente para ir a Europa a perfeccionar sus conocimientos militares durante 10 años recorriendo y visitando las instrucciones militares de las principales naciones, tendrá un sueldo mensual correspondiente a su grado y pensión vitalicia, una casa palacio para vivienda de su familia, una casa comprada especialmente para Ud., con título de propiedad a su nombre, pero Ud. se servirá tomar carta de ciudadanía brasilera”. Oviedo, que escuchaba atento las palabras del Emperador, se levanto de su asiento con cierto enfado diciendo: “Ruego a su Majestad se sirva no repetirme esas palabras. Soy paraguayo, y como soldado paraguayo he defendido esa tricolor de mi Patria, y volveré a defenderla porque el Paraguay todavía existe y el corazón en este pecho palpita aún”. El Emperador quedó con la mirada fija al Comandante sin pronunciar palabra alguna hasta que dijo: “Puede retirarse Comandante”. Oviedo, dando paso atrás y cumpliendo con los saludos militares se retira y vuelve al cuartel acompañado nuevamente del General Gurdell. Decía Oviedo que después de lo ocurrido no esperaba sino su sentencia de muerte dada por el Emperador, sin embargo su espíritu estaba tranquilo, nada pasó.
Sublevación de Universitarios en Río de Janeiro. Un día, alumnos de 3 universidades de Río de Janeiro se sublevaron y se levantaron en armas contra el régimen de gobierno y apoderándose de un arsenal, se atrincheraron en las universidades. El Emperador envió un parlamentario proponiéndoles deponer las armas incondicionalmente dentro de 8 días. Los sublevados contestaron que no depondrían las armas hasta conseguir sus propósitos que es la abolición de castigos inhumanos en práctica en las instituciones de enseñanza. Otro parlamentario invita a los amotinados a deponer las armas incondicionalmente dentro de 6 días o que serían atacados por tropas de guarnición de la Capital, contestando los amotinados en la misma forma anterior y que están en espera de las tropas para entrar en combate El Emperador en el afán de salvar el país de un estéril derramamiento de sangre pensó buscar otro medio para sofocar el movimiento y resolvió utilizar el nombre del soldado paraguayo. El plan resultó acertado. Don Pedro II llamó a Gurdell y le ordenó que fuera al Cuartel Picadero para decirle al Comandante Oviedo si él con sus oficiales están dispuestos a prestar al Emperador el siguiente servicio: Atacar a los sublevados universitarios y en caso que acepten si qué elementos necesitarían: uniforme, armas, dinero, etc. Oviedo en cuando en cuanto habló con el General Gurdell llamó en formación a los 57 oficiales prisioneros paraguayos a su cargo y les comunicó el deseo del Emperador contestando los oficiales: “Ha mba’eguipa anichene. Jahá katu”, aceptada la proposición por unanimidad, Oviedo volvió a decirles que el Emperador quiere saber qué elementos se necesitarán, como uniformes, armas, dinero y otras cosas más. Los oficiales contestaron que nada no necesitaban y que armas tenían desde ya. “¿Y dónde están las armas?” preguntó Oviedo; y “¡Ahí están!, contestaron, indicando un montón de piedras que estaban en el patio del cuartel y que para matar a los negros era suficiente arma la piedra. El Comandante Oviedo dio su contestación al enviado del Emperador por intermedio de su intérprete Cancio Flecha diciéndole que están conformes en prestarle el servicio pedido y que no necesitaban nada para llevar a cabo el asalto y que tiene armas suficientes (indicándoles el montón de piedras) y que solo esperan la orden de atacar. El General llevó la noticia al Emperador y éste seguidamente manda otro parlamentario para comunicarles a los amotinados que si en el término de cuatro horas no deponen las armas incondicionalmente, serán atacados por el “Cuartel Picadero”. El parlamentario entregó la nota al jefe de los revoltosos y éste abrió el oficio y leyó en vos alta para ser oído por todos, pero al pronunciar las palabras “Cuartel Picadero”, todos gritaron “Uu, Paraguaio méu”, porque sabían que iban a ser atacados por paraguayos. Sin esperar ninguna resolución comenzaron a tirar sus fusiles, cartucheras, mochilas y demás y abandonaron la Universidad cada cual a su casa. El jefe revoltoso le dijo al parlamentario no hay necesidad de contestar la nota, ya ve Ud. que el movimiento ha terminado. El parlamentario al dar parte de lo ocurrido dijo al Emperador que los revoltosos se han desbandado al oír decir “Cuartel Picadero” –Cuartel de los Paraguayos-, que todo ha terminado, que todos han huido. Así terminó aquel movimiento revolucionario sin haber registrado víctimas ni perjuicios. UN VERDADERO FRACASO. Después Don Pedro II se constituyó en el Cuartel para dar personalmente las gracias al Comandante Oviedo y a los oficiales. El Emperador vestía traje civil, una blusa color patito y pantalón negro. Cuando el oficial de guardia anunció a Oviedo la llegada del Emperador, que deseaba entrar y entrevistarse con él, Oviedo, que ya había aprendido algunas palabras del portugués contestó: “Á, deixa entrar”. Entra el Emperador, Oviedo le recibe, y se cambian saludos así: “Comandante Oviedo, vengo personalmente a agradecerle en nombre mío y en el de mi pueblo, pues mediante su valioso concurso y el de sus oficiales mi país no se ha visto en el lamentable caso de sacrificar sus vidas y evitando al mismo tiempo grandes perjuicios materiales. Vea Comandante, lo que vale para estos macacos el nombre de Paraguay”. Palabras textuales del Emperador, según afirma Oviedo en su manuscrito. En tanto los oficiales paraguayos prisioneros cruzaban de un lado a otro y hablaban en guaraní y reían después de decir chistes y palabras hirientes para el Brasil y hasta para el mismo Emperador que todo estaba oyendo con indiferencia y sin que le cause molestia. Al tanto, Oviedo no teniendo otra cosa que obsequiar al Emperador, le sirvió una taza de café negro y un “Pan Paraguay”, nombre que le dio Oviedo al chipá almidón de mandioca fabricado por un teniente prisionero, oriundo de Yuty, que la madre había sido del oficio y por allí fue que aprendió él y que en la prisión explotó esa industria que le dio grandes ganancias, pues, después de ser conocido fuera del cuartel, todos los días terminaba de vender hasta dos hornadas de Pan Paraguay. Don Pedro II y el Comandante Oviedo salieron juntos a visitar las dependencias del cuartel, hasta que en una de las piezas observó el Emperador que había muchas goteras y dirigiéndose a Oviedo le dijo en perfecto guaraní: “Eh, Comandante, ko nde Cuartel técho niko otykypá ra’e hikóni, ha hi umedá paité ko koty. Amonuhúta debe omyatyró pyahuete va’erá”. Terminado el paseo por el interior del Cuartel el Emperador volvío a repetir su agradecimiento al Comandante Oviedo, retirándose solo, pues no tenía acompañante alguno. A Oviedo le causó un escalofrío saber que el Emperador sabía el guaraní como cualquier paraguayo, recordando las charlas estúpidas de los oficiales imprudentes escuchadas por el Emperador. Pensaba Oviedo en las tristes y desagradables consecuencias que podía traer a sus propios compañeros. “Pero por suerte nada pasó y todo termino allí”, refirió Oviedo.
Oviedo regresa a la Patria. El Teniente Coronel Florentín Oviedo regresó a la patria después de un año y seis meses, luego de todo esto. Durante el segundo periodo constitucional, en la presidencia de Don Juan Bautista Gill (25 de noviembre de 1874 a 12 de abril de 1877) fue ascendido al grado de Coronel de la Nación. El 19 de marzo de 1875 fue designado miembro de la Comisión de Calificaciones de Servicios Militares, juntamente con el General José María Delgado y el Teniente Coronel Ríos. Poco tiempo después fue designado Segundo Jefe del Estado Mayor del Ejército Nacional. En el año 1879 se retiró de las filas del Ejército y se trasladó al pueblo de Ajos, pueblo que eligió para su descanso. Allí ejerció el cargo de Jefe Político y, posteriormente, el de Juez de Paz, cargos desempeñados con altura, rectitud y acrisolada honradez. Desde Ajos se sumó a la fundación del Partido Liberal, activando en dicho partido. El pueblo paraguayo le rindió en vida un merecido homenaje en la capital. Al respecto dice el ilustre periodista F. Arturo Bordón: “En aquella época era el veterano de la guerra del 70 de mayor graduación. Por eso cuando la Sociedad de Pro Sobrevivientes de la Guerra del Paraguay organizó un homenaje a sus socios sobrevivientes, el Coronel Oviedo fue apoteósico. Dio muestras de dulce serenidad. En el andén de la Estación del F.C.C.P, diez mil manifestantes vivaron su nombre, damas y niños alfombraron su camino de flores, le aclamaron las voces de la niñez y el Pabellón Nacional cubrió al anciano infante como un palio litúrgico, condujo triunfalmente a pie su alojamiento”. Y el héroe vivió los minutos con la misma serenidad con que había llevado los impetuosos ataques de su infantería. Recién cuando la multitud se disolvió, después del canto del Himno, se retiró a su alcoba, y allí en la placentera intimidad de la casa del viejo compañero, Capitán de la Marina don Víctor Almeida, allí, frente a una imagen sagrada, frente a la cual se hallaba el retrato del Mariscal, juntó las manos y dos gruesas lágrimas cayeron de sus ojos. En otra crónica dice el mismo periodista F. Arturo Bordón: “Poco antes de morir, el Gobierno Nacional honró su nombre, cambiando el nombre del pueblo que lo custodiaba con cariño –Ajos- por el suyo. La casualidad quiso que fuesen portadores del diario que anunciaba la noticia, el señor Schaerer, presidente de la República, y el autor de estas notas. Nada sabía él de la grata nueva”. “Lo encontramos acostado en su lecho, en una humilde casita de campo rodeada de bosques y flores, frente a un montículo que hoy ostenta su busto, homenaje del pueblo en su nombre. Allí llevaba una vida de ermitaño. Recibió nuestra noticia con serenidad y dulzura. En su rostro venerable, cubierto de arrugas, apenas se dibujó una sonrisa”. El Decreto que lleva el nro. 39.296 de fecha 5 de febrero de 1931 dice textualmente: “Es un deber del pueblo y del gobierno honrar a los ciudadanos que han merecido bien de la Patria por su servicio y sus sacrificios. El Coronel Florentín Oviedo ha tenido una actuación heroica como soldado de la Patria en la guerra de 1864 – 1870, y es el sobreviviente de más alta jerarquía de nuestro glorioso ejército del pasado: A mérito de los servicios prestados a la Nación Paraguaya por el mencionado ciudadano, oído el parecer del Consejo de Estado, el Presidente de la República José P. Guggiari y sus ministros Justo P. Beítez, Gerónio Zubizarreta, Rodolfo González y Manlio Schenoni L.” Este Decreto fue convertido en ley por el Congreso Nacional en fecha 12 de agosto de 1.931 con el número 1.219, la cual se cambia el nombre del pueblo de Ajos por el de Coronel Oviedo. Nuestro héroe falleció el 11 de octubre de 1935 a los 95 años de edad.
Homenaje al Coronel Florentín Oviedo en el día que designan con su nombre al popular Club. 23 de Mayo de 1928. Parados: Ceferino Serafini, Francisco Mereles, Serafín Álvarez, Enrique Buzarquis, Venancio Flores, Wilfrido Martínez y José María Godoy. Sentados: Rafael Melgarejo, Andrés Rodríguez, Cnel Florentín Oviedo, Froilán Ramos, Juan Bautista Meza, Virgilio Specini. Niños: Andrés Rodríguez, Fulgencio Rodríguez y Adán Godoy.
Rancho donde vivió el Coronel Oviedo, y su hija, Prudencia Oviedo.
Trabajo presentado en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Asunción, filial Coronel Oviedo. Catédra de Historia Diplomática del Paraguay. BIBLIOGRAFIA CONSULTADA: . Perfil de Un Héroe, Vida del Coronel Florentín Oviedo. Prof. Ida Aranda. Fabio Candia fabiocandia@hotmail.com www.facebook.com/fabitoocandia www.twitter.com/FabitoCandia