martes, 27 de marzo de 2012

Inicio de Relaciones Diplomáticas del Paraguay con los Estados Unidos de Norteamérica.

Misión de José Graham.
Las relaciones paraguayas con el Estado norteamericano se inician a partir del conflicto paraguayo con Juan Manuel Rosas, gobernante de Buenos Aires. Este conflicto inicia desde el reconocimiento de la Independencia Paraguaya por parte del Imperio Brasilero, cuyo enviado, aparte de firmar un tratado alianza, buscó inteligencias entre el Paraguay y los enemigos de Rosas, cuyo centro de operaciones era la Provincia de Corrientes. Carlos Antonio López se resistió a las combinaciones políticas, consistiendo sólo un tratado de comercio y navegación con Corrientes. El bloqueo del Paraguay fue la respuesta de Rosas.
Las gestiones de Corrientes, desde donde el general José María Paz dirigía la guerra contra Rosas, encontraron mejor acogida. Estimulado por el Brasil, se avino López a firmar el 11 de noviembre de 1845, un tratado de alianza para enviar tropas a cambio del reconocimiento de la independencia y de la libre navegación. El 4 de diciembre, el presidente López declaró la guerra al gobernador de Buenos Aires. Su hijo, Francisco Solano, joven general de 18 años, al frente de un ejército expedicionario, cruzó el Paraná y se incorporó a las fuerzas del General Paz. La intervención militar paraguaya tuvo resultados inesperados. Estalló un motín que reveló el desagrado con que el pueblo paraguayo concurría a una guerra fuera de sus fronteras. Dominada y ejemplarmente castigada la rebelión, el presidente López aprovechó las desinteligencias entre Paz y el gobernador Madariaga, que terminaron con la destitución del primero, para desligarse de la alianza. Las tropas repasaron el Paraná, casi sin haber disparado un tiro.
Ese año, llega al país Eduardo Augusto Hopkins, en carácter de Agente Especial del gobierno norteamericano. Traía dos misiones fundamentales:
a) Recoger para su gobierno informaciones generales sobre el Paraguay, con vistas al reconocimiento de la independencia nacional; y
b) Ofrecer la mediación norteamericana en el conflicto entre el Paraguay y Buenos Aires.
Al gobierno americano le interesaba la navegación de los ríos, la apertura de toda la Cuenca de la Plata, inclusive el Paraguay, al comercio internacional. En cumplimiento de su misión, Hopkins viajó a Buenos Aires. Rosas, al enterarse de la condición previa exigida por el Paraguay; el reconocimiento de su independencia, rechazó esta posibilidad, pero se comprometió a no tomar armas contra la República. Poco después se dirigía a Asunción el Cónsul norteamericano José Graham y el Secretario de Legación Jorge L. Brent, en cumplimiento de la gestión mediadora, la que finalmente fue retirada a causa de la oposición de Rosas. De esa manera, las relaciones con Norteamérica quedaron reducidas a la nada.

Misión de John Strother Pendleton.
López había gestionado el reconocimiento de la independencia nacional por el gobierno norteamericano por intermedio de Hopkins, quien para el efecto se trasladó a Washington. Pero hasta entonces sin éxito a causa de la oposición argentina. Luego con la decisión de Urquiza, en 1852, había desaparecido todo impedimento de reconocimiento por otros países.
El 4 de marzo de 1853 el plenipotenciario John Strother Pendleton firmó el primer acuerdo entre el Paraguay y los Estados Unidos de Norteamérica, firmando por Paraguay, el general Francisco Solano López.
El reconocimiento de la independencia nacional y el establecimiento de legaciones diplomáticas en Asunción marchaban a pasos agigantados. Sin embargo, el Tratado López-Pendleton no fue canjeado y fue sustituido por otro en 1859.

Los Asuntos Hopkins y “Water Witch”.

La Cuestión con Edward Augustus Hopkins: El 8 de noviembre de 1845 llegaba al Paraguay un joven norteamericano de apenas 23 años de edad. Venía como agente especial del gobierno de los Estados Unidos de América. Era el enviado del presidente Buchanan y entre sus instrucciones, precisamente, figuraba allanar la salida del Paraguay hacia el mundo exterior, además de sondear las condiciones para un reconocimiento de la Independencia paraguaya por los Estados Unidos de Norteamérica, como lo habíamos citado precedentemente.
A fines de 1853 estaba de regreso, quien había formado la “United States and Paraguay Navegation Co.” Y además venía investido de las funciones de Cónsul de su país.
El 11 de octubre de 1853, Hopkins llegó a Asunción, donde fue recibido deferentemente por el Gobierno paraguayo y, López (Carlos Antonio) dispensó muchos favores a Hopkins en el deseo de ayudarle en sus negocios. Le permitió la libre introducción de las máquinas y accesorios de sus instalaciones industriales. Le autorizó a comprar propiedades raíces y esclavos. Mandó desalojar un espacioso cuartel en San Antonio para que los empleados de la compañía lo ocuparan gratuitamente, mientras levantaban sus viviendas propias y construían los cobertizos destinados al aserradero. En Asunción, Hopkins estableció una cigarrería.
Los avatares sufridos en su viaje al Paraguay mellaron sus posibilidades económicas, por lo que recibió fuertes sumas en préstamo del Gobierno paraguayo, para la puesta en funcionamiento de sus emprendimientos comerciales e industriales.
Las implicancias de un paseo a caballo. Un día de mediados de 1854, Edgard Hopkins y su más que pariente madame Guillemot, esposa del diplomático francés en el Paraguay, emprendieron un paseo a caballo hasta el establecimiento industrial de San Antonio, donde los esperaba Clement Hopkins. “Los tres jóvenes visitaron las diversas instalaciones de la compañía, pasearon por la ribera del río, y a mediodía volvieron para almorzar… “A las 4 de la tarde hicieron los preparativos para el regreso a Asunción, pero quien escoltaría a madame Guillemot sería Clement, no Edward, quien resolvió pernoctar en San Antonio. Ambos jóvenes montaron sus caballos y emprendieron el regreso. A poco de andar dieron con un hato de bueyes conducido por un soldado de caballería y algunos ayudantes, que venía en dirección opuesta. En condiciones ordinarias, este encuentro, inocente y fortuito, se habría sepultado en el anónimo de hechos triviales que forman el cañamazo del trajín cotidiano; pero en ese recodo de la historia tomó un giro imprevistamente melodramático, y acarreó una de las complicaciones internacionales más novelescas del continente”. Con temeraria impertinencia Clement Hopkins apostrofó de mala manera al soldado paraguayo, de nombre Agustín Silvero, para que le allanara el camino a un ciudadano americano y su compañera francesa, atropellando la tropa de ganados y dispersándola, lo cual enfureció a aquel y reaccionó asestando un sablazo a la espalda del extranjero. La pareja volvió a San Antonio, contaron a Edward lo ocurrido. Aquí ardió Troya: un oscuro soldado de “un país semi primitivo” se atrevió a apalear a nada menos que al hermano del cónsul de los Estados Unidos. Esta situación solo podría resolverse por medio de un desagravio público para lavar semejante ultraje. Esta ingrata situación, llevada a la exageración por el cónsul Hopkins, llevó al desenlace de un verdadero escándalo diplomático de proporciones inopinadas. El lunes siguiente –el hecho ocurrió el sábado anterior–, Edward Hopkins se presentó a la Casa de Gobierno con ropa de trabajo y empuñando un rebenque; a empellones, entró hasta la misma oficina del presidente López y, en medio de improperios y amenazas, exigió al Gobierno paraguayo una reparación desproporcionada de la ofensa recibida. López, con tranquilidad pasmosa, le despachó sugiriéndole que presentara sus reclamaciones al ministro de Relaciones Exteriores (José Falcón). Pero así como lo recibió con calma, no le perdonó su osadía e impertinencia. Salieron a relucir numerosos reclamos por las inconductas del cónsul, los préstamos a su compañía, etc. El resultado final fue el retiro de patente de cónsul, anuló una compra de tierras que había hecho Hopkins, ordenó el retiro de su aserradero de la propiedad de San Antonio, la clausura de su fábrica de cigarros, además de una serie de medidas punitivas. Como corolario, ordenó la expulsión del cónsul. Hopkins apeló al capitán Page, del Water Witch, y, luego de una serie de incidentes, consiguió salvoconductos para salir del país, que lo hizo el 30 de septiembre de 1854.

La Cuestión Water Witch: Luego del enojoso incidente, cuando el Water Witch estaba en Corrientes, llegó el senador norteamericano C. R. Buckalew, con el texto del tratado de paz, comercio y navegación, firmado entre los Gobiernos paraguayo y norteamericano el 4 de marzo de 1853, para su canje de ratificaciones. Page señaló lo ocurrido y la imposibilidad de subir nuevamente hasta Asunción, por lo que dichas ratificaciones no pudieron hacerse en aquella ocasión. Más la Nota al Gobierno paraguayo, redactada en inglés, le fue devuelta por el Canciller josé Falcón, con la indicación de que sea redactada en español, o se acompañe el original con la copia en aquel idioma. Los ánimos del Gobierno paraguayo quedaron muy sensibilizados luego de aquellos incidentes. Fue así como sucedió el ataque de la guarnición paraguaya de Itapirú, del 1 febrero de 1855 al Water Witch, durante un viaje exploratorio por el Paraná, rumbo a la isla Apipé. El comandante Thomas Page dio parte a las autoridades norteamericanas. Por su parte, Hopkins, con sus socios comerciales, reclamó a su Gobierno “una justa exigencia”, al Paraguay, pues, decían, no tenían “más recursos que el brazo fuerte de nuestro Gobierno (cuya protección se extiende) sobre los intereses, bienestar y felicidad de sus ciudadanos, donde quiera se encuentren, para escudarlos de la tiranía y el abuso”. Para ello solicitaron que el Gobierno estadounidense adoptara las medidas “que se juzguen oportunas y apropiadas”, y reclamaron como indemnización el pago, por el Paraguay, de cerca del millón de dólares.
Se efectuaron disparos de advertencia de la artillería del Fuerte y ante su inobservancia, ya al blanco, del que resultó el barco norteamericano con averías, heridos y un muerto, de cuyas circunstancias fue informado el gobierno norteamericano.


Expedición Naval contra el Paraguay: En 1857, el Presidente James Buchanan informó de los referidos incidentes Hopkins-Water Witch al congreso y éste autorizó al Presidente a adoptar las medidas pertinentes. En consecuencia fue alistada una poderosa fuerza naval de 19 barcos de guerra y apoyo, al mando del Comodoro Willian Subrick. El comisionado presidencial James Buttler Bowlin, debía exigir:
a) Reparación por las pérdidas y daños sufridos por la compañía de Hopkins;
b) Excusas por el ataque al “Water Witch”; e,
c) Indemnización para la familia del marinero muerto en ocasión de los disparos a dicho buque.
La llegada de la poderosa flota al Río de la Plata, en diciembre de 1858, provocó graves preocupaciones; el presidente Urquiza decidió ofrecer su mediación, la que adelantada en la ciudad de Paraná al comisionado Bowlin, fue aceptada. Urquiza, acompañado del General Guido y selecta comitiva, embarcados en una unidad de la flota paraguaya, llegaron en Asunción en enero de 1859.
Don Carlos aceptó entrar en negociaciones toda vez que la flota norteamericana quede fuera de las aguas territoriales nacionales; acepto el comisionado norteamericano la condición, y el 24 de enero arribó a la Asunción en compañía del comodoro Schubrick, a bordo del “Fulton”.
Merced a la diligente gestión de Urquiza, se llegó a un acuerdo sobre las siguientes bases:
a) Explicaciones al gobierno de los EE.UU sobre los incidentes;
b) Saludo a la bandera norteamericana con una salva de 21 cañonazos, a ser retribuido en igual forma por el Fulton al pabellón paraguayo;
c) Pago de una indemnización de 10 mil dólares a los deudos del marinero del Water Witch; y,
d) La reclamación de la “United States and Paraguay Navegation Co.” Se acordó someter a una decisión arbitral.

La Convención Bowlin – Vázquez.
Firmado el 4 de febrero de 1859, establecía en sus principales cláusulas: Que la Republica del Paraguay, concedía a los ciudadanos de los Estados Unidos de América, la libre navegación del río Paraguay, en todo el curso que pertenece a la República, con sujeción a los reglamentos policiales y fiscales del país, pudiendo descargar todo o parte de sus cargamentos en los puertos de la República, y las mismas concesiones a los ciudadanos paraguayos que llegaren a arribar a los puertos norteamericanos.

La Sentencia Johnson – Berges.
El juez comisionado James Buttler Bowlin tenía que exigir el reconocimiento de la culpabilidad del Paraguay y el pago, en consecuencia, de una indemnización no menor de 500.000 dólares. En caso de que no tuviera éxito en sus gestiones, la escuadra, según las instrucciones impartidas al comodoro Shubrik, «subirá hasta la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, establecerá el bloqueo efectivo de ambos ríos y de todas las ciudades y villas situadas sobre sus márgenes; atacará y destruirá las fortalezas de Humaitá y otras que en su opinión obstruyan o comprometan el pasaje indemne de la flota a su mando, y prosiguiendo hasta Asunción, a menos que el gobierno paraguayo acceda a las condiciones propuestas por el Comisionado, exigirá la entrega y tomará posesión de dicha ciudad y sus defensas, empleando la fuerza necesaria y realizando otros actos de hostilidad justificados por la Ley de las Naciones y que usted considere apropiados para imponer el acatamiento de las condiciones requeridas».
El 25 tuvo lugar la primera entrevista con el ministro de relaciones exteriores paraguayo Nicolás Vázquez, a quien Bowlin entregó sus cartas de presentación. El 26, con gran ceremonia, se efectuó en el Palacio la entrega de las credenciales al presidente, que lo recibió de uniforme de capitán general, y con su bicornio, rutilante de gemas y galones, debajo del brazo; deferencia especialísima, pues don Carlos acostumbraba recibir a los diplomáticos con el sombrero puesto. Hubo un cambio de discursos de tono cortés, con mutuas protestas de miras pacíficas.
Pero el comisionado Bowlin tenía instrucciones de no transar por menos de 500 mil, y don Carlos lo sabía. Y se mostró inamovible. Cuentan que le dijo al ministro Vázquez, que le aconsejaba prudencia.
Finalmente se acordó que el monto se dirimiera en arbitraje. Don Carlos quería que el tribunal se reuniese en Asunción. No poco trabajo le costó a Urquiza persuadirle sobre la conveniencia de que lo fuera en Washington.
El 13 de agosto de 1860 los jueces designados dieron a conocer en Washington su fallo arbitral. El tribunal estaba constituido por el jurisconsulto Dave Johnson, ex ministro de correos, como representante de los Estados Unidos, y José Berges, representante del Paraguay. El secretario era, desde luego, el inefable Samuel Ward.
Dice el fallo:
«Que dicho reclamante, la United States and Paraguay Navigation Co. no ha probado ni establecido su derecho a los daños y perjuicios en relación a la dicha reclamación contra el gobierno de la República del Paraguay; y que a la vista de las pruebas examinadas, el dicho gobierno no es por ningún derecho responsable de una indemnización o compensación pecuniaria cualquiera a favor de la nombrada compañía».
El juez norteamericano Johnson fundamentó ampliamente su opinión en u memorial que presentó para el presidente de su país. Decía en él:
«El gobierno y los ciudadanos de los Estados Unidos se han vanagloriado siempre de no sufrir ningún acto injusto de otro gobierno o de otro pueblo, pero al mismo tiempo de no pedir nada sino lo justo, y espero sinceramente que esté lejano el día en que las riquezas de las Indias Orientales puedan ser acaparadas, con su aprobación y sanción, por el pillaje a los Estados débiles a los cuales habrían sido arrancadas bajo la amenaza del cañón».

Este fallo haría exclamar, cuarenta años después, al ilustre político y publicista paraguayo don Manuel Gondra:
-¡Hay algo más grande que la escuadra norteamericana, y es la justicia norteamericana!


Referencias bibliográficas:
- Historia Diplomática del Paraguay, Luis G. Benítez.

- http://archivo.abc.com.py/2009-02-08/articulos/493459/-una-parada-al-carro

- http://www.militar.org.ua/foro/casi-guerra-del-paraguay-con-los-estados-unidos-t18501.html#.T3Eb5GCcbXg.twitter

Fabio Candia
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